Vidas ajenas -2º premio «La Voz del barrio»

Vidas ajenas
A Diana le fascinaba bajar a la playa, descalzarse y caminar por la orilla del mar.
Nunca se remangaba lo suficiente los pantalones y siempre acababa con ellos empapados. «Si me viera mamá, me mataría», pensaba.
Hacía ya dos años que Lola no estaba y, aunque Diana la extrañaba cada día, era en esos momentos cuando el pecho le ardía de dolor por la pérdida.
La cita con el arenal era ineludible, siempre con el mismo recorrido, desde la iglesia hasta el muelle.
Una vez allí, jugaba a imaginar cómo sería la vida de las personas que pasaban por delante de sus ojos, como hacían juntas siempre ella y Lola.
Lola siempre imaginaba las mejores historias mientras Diana inventaba giros de guion, casi siempre absurdos, pero que hacían reír a carcajadas a su madre.
Era un pasatiempo que había empezado cuando Diana era una niña y que habían retomado siendo adultas, cuando su madre aún vivía y la playa era el mejor refugio para sus sesiones de quimioterapia.
Ahora Lola ya no estaba, pero Diana seguía haciéndolo, casi como una promesa. Sabía que a su madre le encantaría que siguiera viva aquella tradición y ella, al menos, le debía eso.
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